... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Al Final del Paseo


(Esto lo escribí uno de los días de verano en que estaba solo. Así que es para mí... y para mi abuelo)

"Una mañana me desperté muy temprano. Eran las seis en punto. Intenté escribir algo para la novela pero no me salía nada. Así que hice algo por la casa para hacer tiempo y cuando el sol ya comenzaba a calentar me bajé al paseo marítimo. Siempre he caminado un tramo corto, de ida y de vuelta. Esa mañana apenas había nadie. El agua de la bahía era un espejo, ni pizca de viento. Las palmeras eran estatuas de sal. Así que ante aquel paisaje congelado me dije:

- Lo voy a romper. Voy a llegar hasta el final del paseo. Nunca lo hago.

Caminé unos cientos de metros curvos y llegué donde terminaban las losas de color canela y empezaban las marismas y las salinas... justo allí, donde duermen unas pocas embarcaciones muertas. Aquel borde donde acaba el paseo parece el final de un sueño.
Había un hombre sentado.

- ¿Abuelo?.
- Hola.
- Pero... es imposible. ¡Si te moriste cuando yo tenía 16 años! - dije.
- Bueno, hijo, pero... ¡déjame que disfrute de esto! ¿no?. Cuando me fui todavía estaban construyéndolo. Ha quedado muy bien, sí - y se levantó de un salto, puso los brazos en cruz y respiró hondo.
- ¡Acabas de dar un salto!.
- Claro.
- Pero... ¡con la de veces que abuela y yo tuvimos que levantarte del suelo porque te negabas a usar bastón! - y terminé diciendo por lo bajo -: La madre que lo parió.
- Esa fue tu bisabuela, una gran mujer que no llegaste a conocer... por ahí debe andar - dijo oteando el horizonte más cercano-. Oye, ¿qué edad tienes ahora?.
- Treinta y cuatro.
- ¡Coño! No lo aparentas. Pues tarda en llegar arriba ¿eh? Cuanto más tardes, mejor. Y nos echaremos unas partidas de dominó y jugaremos a la petanca.
- El otro día encontré tus fichas de dominó.
- ¿En serio?.
- Sí. Me acordé de cosas y las he escrito para ponerlas en Scriptoria.
- ¿Qué es Scriptoria? - preguntó.
- Scriptoria es... es... la verdad es que ya no sé qué es.
- Desde luego, antes con lo poco que teníamos éramos felices. Una vela, un fogón, un papel y una pluma, un libro, una lumbre a la que arrimarse cuando hacía frío... Ahora creo que todo va muy rápido. ¿Cuántos canales de televisión tenéis?.
- No veo la tele, abuelo.
- Antes sólo había dos. La primera cadena y la segunda. Y todos tan felices.
- ¿Cómo está la abuela? ¿La has visto?.
- Qué va. Todavía no la he encontrado, hijo.

Y cuando dijo eso la primera brisa matutina del día comenzó a soplar por entre las palmeras volviéndolas reales.

- Creo que es hora de que me vaya.
- ¡Espera! Quería decirte que no encuentro las cartas y los poemas que le escribiste a la abuela.
- Yo sé donde están, pero no te lo puedo decir. Ya sabes, no puedo interferir.
- ¿Volveré a verte?.
- Es posible, niño. Cuídate.

Y mientras me decía eso una lengua de agua, espuma y sal cobró vida por encima de las piedras de la playa y recogió a mi abuelo."

Ilustración de : Daniel Gómez

Desaparezco


Música: My Chemical Romance - Famous Last Words

Voy conduciendo mi coche, ese de color champagne con el que se suele brindar en grandes ocasiones.

Y sin haberlo pensado antes me digo:
- Voy a desaparecer, las palabras que nunca escribo no merecen la pena. Y las que he escrito salen volando como las hojas del mísero otoño pasado... Ya ni me acuerdo si hubo un verano.

Y ella se pregunta de lejos:
- ¿Como vas a desaparecer? Si aún te puedo ver...

Es que ya no soy yo. No sé qué soy porque no me miré esta mañana al espejo. Ahora voy por una autopista a toda velocidad, llevo puestas mis gafas de sol pero está nublado. Es una recta larga y piso aún más el acelerador, hasta que la punta de la suela se desgasta. Me gusta conducir, ella lo sabe, pero esta es mi última vez, voy a desaparecer. Así. Conduciendo. Lo que más me gusta después de escribir y hacer el amor... aunque para mí siempre han sido la misma cosa.

A menos de un kilómetro la carretera hace un giro a la izquierda, pero mi coche no lo va a hacer, hoy no. Acelero hasta que a la aguja del velocímetro le cuesta recordar si siempre ha sido recta o alguna vez fue torcida, como algunos años de mi existencia. Acelero y el asiento vacío del copiloto tiembla como un pliego de papel, uno cualquiera, el que más rabia te dé de los escritos que aún se guardan celosos en mis libretas.

500 metros.

Agarro con fuerza el volante con falsa funda de cuero. Han habido tantas cosas falsas en mi vida que cuando las sumo todas dan como resultado una resta.

400 metros.

Me estiro en el asiento como cuando conducía mi bicicleta de carreras y oponía poca oposición al viento. Entonces no le tenía miedo a nada, luego sí, pero ahora es distinto, los tiempos cambian y estar solo te hace más duro, ya no temo a nada.

300 metros.

Aquella chica me dijo que tenía unas manos maravillosamente desproporcionadas, como de mayor tamaño de lo habitual. Yo ya no sé qué meter en el saco de lo habitual. Y sé que no hay nada que pueda decir para cambiar... *

200 metros.

¿Es difícil entender que estoy incompleto?*. El volante tiembla y la música retumba entre mis dientes, a todo volumen, mientras una botella de whisky vacía rueda por el suelo.

100 metros.

Me quito el cinturón, suelto el volante y espero el momento. Cierro los ojos.

cero.

Mi coche se sale de la carretera a toda velocidad y da unas vueltas de campana levantando arena, polvo y grava, ya no es del color del champagne, ahora parece un gigantesco tronco de una chimenea envuelta en llamas. Pero estoy vivo, milagrosamente vivo. Si no lo estuviera no podría estar escribiendo esto.

No temo a nada.

No temo mantenerme vivo, no temo caminar por este mundo solo (o muerto)*.
De modo que me doy la vuelta...
... y nazco de nuevo.

* frases en cursiva con asterisco traducidas de la canción "Famous Last Words"