... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

El Olor de la Victoria


Ya lo sé, ya lo sé. Siempre me ha gustado la sangre y, a la mínima oportunidad, seguir ese halo invisible de morbo que me rodea y que me conduce a la plena satisfacción cuando veo brotar la primera gota o el primer chorro de ella. Al principio comenzó como un juego. Quemaba pequeños trozos de papel en la entrada de los hormigueros, los acercaba y disfrutaba viendo cómo las hormigas se retorcían carbonizadas. Ya sabes, la emoción del momento, los nervios... Bueno, supongo que no, que no conoces nada de eso. Dejé las hormigas y más tarde pasé a los escarabajos y a las lagartijas, con ellas me hice un experto usando cristales minuciosamente.

Pero aquello no era bastante. Necesitaba más, necesitaba oír los gritos y los lamentos, necesitaba ver brotar la sangre. Mi primer reto fue un gatito. Un suave, sucio e inocente gatito callejero. Usé cristales pero también un cuchillo de cocina. Se lo birlé a mi tía Dorotea en una de esas tardes de merienda ¿sabes? Después de que cortasen el bizcocho me hice con él y al cabo de un rato abandoné la reunión familiar, caminé por los alrededores de la casa, entre los árboles y... y entonces lo vi. Era como una bolita de pelo, indefensa, acurrucada al pie de un ciprés... todavía lo recuerdo. Parece que lo estoy viendo.

Sé lo que estás pensando, que ahora no hay cuchillos, ni cristales... sólo tengo dos pequeños alicates pero... ¿Sabes? no te haces una idea de la experiencia y la habilidad que uno llega a adquirir con el paso de los años.

Quédate quieta, ahora te quitaré el esparadrapo y podrás abrir la boca, querida. Puedes gritar todo lo que quieras, desde aquí no pueden oírte. No eres la primera, y no voy a darte exclusividad alguna... porque tampoco vas a ser la última.

*foto de aquí.